martes, 23 de diciembre de 2008

Depresión Navideña





Depresión Navideña



En esta época decembrina tradicionalmente las personas encuentran distintos motivos de celebración, conmemoración y festejo, dependiendo de sus costumbres y creencias familiares. Sin embargo, para muchas otras esta época del año pasa con indiferencia, incluso llegando a acostarse temprano en fechas porque no tiene nada qué celebrar. Pero además de eso existe otro grupo de personas para los que en diciembre no todo es felicidad: abunda también la gente abatida por la tristeza y la ansiedad, que por una u otra razón experimenta una profunda sensación de carencia o vacío.

Este fenómeno es conocido como “Depresión Navideña” y sus efectos pueden ser muy diversos, bastante parecidos a los que se presentan en celebraciones como el Día de la Madre o del Padre, el Día del amor y la amistad o cualquier otra fecha significativa; pero, a diferencia de los ejemplos citados, la Navidad puede convertirse en una auténtica tortura, ya que representa un período mucho más largo y posee símbolos alusivos presentes en todas partes. La muerte o la separación de un ser querido, la distancia física o emocional entre los miembros de una familia, las expectativas insatisfechas, los problemas económicos, la soledad, o simplemente, los malos recuerdos pueden resultar genuinos obstáculos a la hora de compartir los festejos de esta temporada.

Sin embargo, no debemos dejarnos llevar por el nombre de este síndrome para catalogarlo como una depresión clínica verdadera, pues la principal distinción radica en que la modalidad “Navideña” realmente no es una depresión, sino un estado de tristeza más bien pasajero o “estacional” propio de la época invernal. La Depresión Clínica, en cambio, es una enfermedad incapacitante con una marcada tendencia para el que la padece a perder el apetito, el sueño, las ganas de asearse y de levantarse de la cama; la persona se comunica poco con los demás y se vuelve taciturna y retraída.

¿Por qué aumenta la susceptibilidad en diciembre? El fin de un año constituye de alguna manera el cierre de un ciclo más dentro de la vida y, en consecuencia, en este mes se realiza, de forma consciente o inconsciente, un balance entre los éxitos y fracasos obtenidos. Los resultados de este balance no son siempre favorables, ya sea por expectativas muy elevadas, por problemas laborales o familiares o por frustraciones emocionales, y es entonces cuando se hace latente el riesgo de desarrollar este síndrome. Por lo general, este tipo de fenómeno está acompañado por una constante evocación del ayer, bajo la idea de que "todo tiempo pasado fue mejor". Recuerdos de la infancia en la calidez del hogar o momentos inolvidables relacionados con la festividad en buena compañía, salen a flote para ser comparados con la actualidad.

Otros individuos se enfocan sólo en las impresiones negativas, que se impregnan más fácil y rápidamente en la mente humana por ser sucesos que marcan la vida. La baja autoestima también es un factor frecuentemente asociado a esto, pues al ser la Navidad un tiempo de alegría, algunas personas se sienten culpables o no merecedoras de esta dicha, por lo cual tienden a evadirlo dándole más relevancia a sus problemas. Muchas presentan un mayor grado de vulnerabilidad y tienden a caer en abusos de sustancias como las drogas o el alcohol, e incluso a considerar salidas extremas como el suicidio.

La persona con Depresión Navideña suele sentirse fuera de lugar, sobre todo en culturas en las que el disfrute de esta época parecería obligado. Los medios de comunicación y el propio entorno social del individuo tienden a hacer especial énfasis en la "necesidad" de participar en los preparativos y otras actividades. En algunos casos, esta presión sólo agrega una carga adicional de angustia, pues hace que el sujeto se sienta todavía más aislado de su entorno, pero menos deseoso de participar en los festejos.

Un sector muy vulnerable de la población pueden ser los hijos de familias desintegradas o padres separados. En este caso la recomendación es que los padres eviten colocarlos en situaciones incómodas al momento de escoger con quién pasar navidad o año nuevo, pues para los hijos no resulta fácil hacer una elección de esta naturaleza y siempre buscarán no herir los sentimientos de ninguno de los dos.

Otro grupo que conviene observar muy de cerca es el de las personas de la tercera edad, entre las cuales esta conducta es muy frecuente, pues los ancianos evaden esta época porque sienten que ya sus vidas no tienen sentido; sus hijos han ido relegándolos en el desempeño de ciertas tareas y por ello sienten que ya no son importantes. La mejor forma de evitar la Depresión Navideña en ellos es tomando en cuenta sus necesidades e intereses. Solicitar que cuenten sus propias historias navideñas (aunque puedan ser las mismas de todos los años) y observar algunas de las tradiciones propias de su época puede ayudarlos a integrarse y sentirse queridos.

Quienes conviven con una persona en esta situación, pueden y deben invitarla a participar en los festejos familiares o entre amigos, pero nunca debe convertirse esto en una obligación o motivo de presión si es que se niegan rotundamente a formar parte de un evento. Por otra parte, lo que conviene es ponerse en su lugar para tratar de comprenderla y respetar su decisión de mantenerse más reservados durante las celebraciones.

Para las personas que sienten o reconocen que experimentan este fenómeno podemos dar las siguientes recomendaciones:

  • Rodearse de gente. Una buena conversación con personas amigables tiene un alto valor terapéutico.

  • Hacer una lista de gratitud. Relacionar las cosas buenas que han sucedido durante el año que termina, y que no tienen que ser grandes eventos. La salud, la compañía de la familia, el tener un trabajo, amistades, etc.

  • Cambiar de ambiente. Los recuerdos que producen emociones desbordadas pueden hacerse un poco más llevaderos si no se permanece en el mismo lugar donde se produjeron; ya sea con un paseo o un viaje corto. Un cambio de atmósfera reduce la ansiedad en algunos individuos.

  • Ayudar a otros. La sensación de hacer algo útil por personas menos afortunadas contribuye a elevar la autoestima.

  • Procurarse ambientes iluminados. Varios estudios han demostrado que los ambientes bien iluminados ayudan a combatir la depresión. También está visto que vestirse con colores vivos o vibrantes incrementa la vitalidad.

  • No beber en exceso. El olvido que proporciona el alcohol es sólo temporal y no contribuye en nada a resolver el problema.

  • Si todo esto no funciona, buscar ayuda profesional. La depresión aguda es un problema manejable en manos de un especialista.

En todo caso lo más importante es hacer cosas que nos hagan sentir bien, ya sea un gran festejo, algo más privado en casa o incluso quedarse en la intimidad del hogar realizando un ritual más íntimo; sin embargo, debemos poner especial atención que esto lo hagamos por elección y con consciencia, y no porque seamos obligados, porque no nos quede de otra o porque se cree que no se tiene a alguien en este mundo.


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